lunes, 27 de diciembre de 2010
`LA OPOSICIÓN CHANTAJEA COMO NO SE VEÍA DESDE LA ÉPOCA DE ILLIA`. LO AFIRMA FELIPE PIGNA
Felipe Pigna acaba de publicar un libro que, en otro momento –los ’90, época que podría llamarse pre-Pigna–, hubiera remitido a torneo de fútbol: Libertadores de América. Claro que, a partir de sus intervenciones radiales, su monumental colección de videos, sus libros (sobre todo los volúmenes de Los mitos de la historia argentina) y sus programas de televisión, logró eso por lo que tanto lucharon y luchan tipos como Salvador Ferla o Norberto Galasso: que la Historia sirva para algo más que para un aprobado en diciembre. Peleando contra una visión oficialista que hunde sus raíces en Bartolomé Mitre y enarbola la bandera unitaria, la Historia, en palabras de Pigna, vuelve a ser ese material vivo con el que se construye el presente y el futuro de un país y de un continente. Y de eso trata su Libertadores…, de cinco hombres que llevaron adelante sus ideales revolucionarios a pesar de los grandes poderes en contra: Francisco de Miranda, Manuel Belgrano, Simón Bolívar, Bernardo O’Higgins y José de San Martín. Cinco hombres que, entre fines del siglo XVIII y principios del XIX dieron todo por la libertad.
Hoy, desde su casa biblioteca (paredes y paredes de libros, de vez en cuando una ventana hacia una calle no muy tranquila de Caballito) Felipe Pigna recuerda una pregunta que le hizo un pibe en una de sus tantas charlas llevando la Historia a las escuelas primarias, en ese caso, una de La Matanza. “¿No nacen más héroes, no, Maestro?”, le tiró el chiquilín, no más de nueve años. Pigna quedó pensando sobre esa pregunta que lo descolocaba como pocas. Intuía que, quizá, no nacieran más héroes en el sentido épico del término. Pero sabía que ésa no era una respuesta. Entonces le preguntó qué hacía él. “El pibe –cuenta Pigna– me dijo que al salir de la escuela trabajaba en una verdulería y a la noche cartoneaba con su papá. Entonces le dije que eso era ser un héroe, que había diversas formas de heroísmo”.
Y no hacen falta preguntas (después de la del pibe, lo mejor es pensar bastante un interrogante), Pigna se larga: “Ese chico y su papá están eligiendo la decencia. Este sistema perverso obliga a la gente a salirse de la decencia. Proclama la virtud, pero no la practica. Y no deja posibilidades de hacer cosas”.
–¿Se podría hablar, entonces, de una mutación del heroísmo?
–Podría llamárselo de esa manera. El heroísmo va mutando, va tomando otras formas. Quizá ser héroe con todas las letras en el siglo XIX, durante las guerras de la Independencia, estaba más dado por las circunstancias: había una guerra clara y nítida, había una posibilidad de luchar por una causa que unificaba y había, ciertamente, personajes mucho más románticos que los que vinieron después.
–De todos modos, las clases populares del siglo XIX no tenían voz ni voto como para reconocer a sus héroes...
–No tenían más derecho que a cagarse de hambre. En ese sentido, hay una mala lectura de la ideología de los libertadores.
–¿Por qué?
–Por cierta pretensión de transformar a Bolívar en un líder socialista o presocialista. Lo cual no tiene por qué ser así. Bolívar era un tipo muy bien ubicado políticamente con las contradicciones típicas de su clase. Pero era un hombre de una familia muy rica de Caracas, que sale de ese sector y se pone a combatir por la independencia y luego en las guerras civiles. Pero tiene los prejuicios inherentes a su clase.
–¿Qué prejuicios?
–Por ejemplo, se niega varias veces a liberar a los esclavos. Y tiene con respecto al pueblo un prejuicio que no lo es tanto, simplemente hay que tener en cuenta que estamos hablando de una época donde la gente era analfabeta. Y pensar que esa gente pudiera ocupar cargos de gobierno era francamente complicado. La tarea era, ante todo, la educación. Algunos lo entendieron, otros no.
–¿Educar antes de incorporar?
–Sí. San Martín y Belgrano lo entendieron: la única manera de incorporar a los sectores populares a la participación ciudadana era a través de la instrucción: que empezaran a tener elementos educativos que les permitieran ir participando de la política. La gente estaba ajena a la política por su absoluta ignorancia.
–Ignorancia que, a su vez, era promovida por el poder. En ese sentido, podría estar hablando de casi todo el siglo XX...
–Por supuesto. Es terrible cuando se usa la palabra ignorante en estos casos. El analfabeto lo era porque el poder no lo dejaba instruirse, estudiar. Pero en el siglo XIX eso se va revirtiendo y aparece una preocupación para que esos sectores se eduquen. Educar al soberano y ahí sí, con esas precondiciones, incorporarlos a la vida pública. Pero sigue apareciendo el prejuicio que sostenía que había un sector que estaba en condiciones de gobernar y otro que estaba destinado a obedecer. Y se iba a tardar mucho tiempo para que eso cambiara.
–¿Dos siglos?
–Inclusive los caudillos federales tenían esa concepción. Rosas entendía al pueblo, lo comprendía, pero nunca se le ocurrió compartir ese poder con el pueblo. Tenía una rigidez de estanciero muy pronunciada.
–Sin embargo, ese concepto sarmientino de educar al soberano, ¿no choca con lo que un tipo como Sarmiento podría pensar de tipos como Bolívar?
–De hecho, Sarmiento discute con San Martín en Grand Bourg. Le echa en cara su relación con Bolívar. A todo ese grupo que se podría definir como romántico, a la generación del ’37, le costaba entender a San Martín como un libertador. Le reprochaban el haberse retirado en un momento de guerra civil y no haber defendido a Buenos Aires; le discuten que, en vez de venir a reprimir a Artigas,
siga la campaña libertadora al Perú.
–La Gran Desobediencia...
–Desobediencia que no es perdonada por mucho tiempo por los unitarios liberales que le reprocharon siempre esta actitud.
–Usted menciona en el prólogo de su libro que estos libertadores, a contramano de lo que parecería querer decir la historia oficial, no eran foquistas, sino producto de un proceso social, algo que siempre vino bien esconder. ¿Son similares esos procesos en los distintos países de latinoamérica donde actuaron Miranda, Bolívar, San Martín, O’Higgins, Belgrano?
–Son similares pero con particularidades. Miranda habla de la Gran Colombia como una gran nación y Bolívar lo corrige porque piensa en una especie de reunión de estados contemplando las enormes diferencias que había entre cada uno de ellos. El sueño mirandino era un sueño muy utópico, que pensaba una nación gigantesca que iba de las márgenes del Mississippi, antes de ser robada por los Estados Unidos, hasta Tierra del Fuego. Bolívar ve las dificultades de ese proyecto. Dice soñar con la unidad, pero lo piensa más bien como una confederación o como unión transitoria de Estados.
–Una Unasur de época...
–Y con el tiempo uno ve lo que se logró con la Unasur, una unidad supranacional pensada desde América latina, y comprende lo que podría haber ocurrido de haberse realizado entonces el sueño bolivariano.
–Más allá de esas pequeñas diferencias, hay una constante casi en todos los casos: el exilio como condición absoluta. ¿Por qué?
–Parece una fatalidad de la que se salvan Bolívar y Belgrano, pero hasta ahí nomás. Bolívar, si bien no parte hacia el exilio, muere en Sant Marta, alejado de todo, con una sensación de enorme ingratitud. Veinte años de luchas, de sinsabores de un tipo que la podría haber pasado muy bien dentro de su clase social.
–Y Belgrano en su exilio dentro del país...
–Sí. Muere en la mayor pobreza e ignorado por la enorme mayoría de los diarios. El exilio, es cierto, es una constante y, a la vez, una presencia muy fuerte. Miranda termina preso en España; San Martín, solo, en Francia, O’Higgins también. El exilio más tremendo es el de San Martín, de una enorme injusticia, ya que él seguía muy conectado con el país. Cuando se produce la guerra contra Brasil viene para ayudar a un hombre que peleó con él, Dorrego, y se encuentra con la tragedia de su asesinato a manos de Lavalle, otro subordinado suyo. Y cuando se produce el bloqueo anglo-francés, vuelve a ofrecerse para lo que haga falta. Explica los pasos tácticos a seguir, describe cómo defender una ciudad sitiada. Y luego, a partir de la defensa contra las agresiones extranjeras, San Martín decide mandarle su sable a Rosas. Pero en ese exilio doloroso, tiene una postura muy clara de defensa de lo nacional y de incomprensión y condena a aquellos que se suman a la agresión extranjera, como Echeverría o Lavalle. San Martín dice que ninguna discordancia con el poder de turno puede justificar el aliarse con los invasores extranjeros.
–Cambiando un poco, casi nada, algunos términos, una declaración bastante actual. ¿Estaba solo en ese tipo de pensamiento?
–No, lo acompaña Alberdi, que siendo un histórico enemigo de Rosas hasta cierto momento de su vida, luego le ofrecería, en sus años finales, la amistad y su pluma para escribirle la biografía. Viéndolo de ese modo, el exilio es un último castigo.
–Al que se suma la condena de no haber visto consolidado aquello por lo que ofrecieron sus vidas.
–La frase de Bolívar “hemos arado en el mar” es tremenda. Habla de los intereses espurios, oligárquicos, que hicieron su negocio con el extranjero, desvirtuando las causas de la independencia. Se sienten dueños de la patria a partir de la declaración de su independentismo. Y los libertadores tienen una sensación de desazón incomparable.
–¿Estuvieron dadas, en el pasado inmediato, las pautas como para repetir esa gesta heroica que se dio en el siglo XIX?
–Los ’60 y los ’70 fueron momentos donde parecía que se volvía a una idea de unidad latinoamericana, alumbradas por la revolución cubana. Se pensó en la gran revolución, no a nivel de Estado, ya que el Estado en aquel momento era el enemigo: dictadura, gobiernos cómplices, la OEA como órgano de la CIA. Hoy se vive un momento muy interesante. Unasur es un gran invento, en el sentido que le aplicaba al término Simón Rodríguez, el magnífico maestro de Bolívar. Él decía “o inventamos o erramos”. La Unasur es, claramente, un invento interesante. Primero, porque excluye a los Estados Unidos. Segundo, porque se da en un marco de unidad de intereses con gobiernos que piensan distinto: Piñera, Alan García, Chávez, Cristina, Lula o Dilma. Es sumamente interesante que se dé y que tenga esos reflejos rápidos que tuvo, por ejemplo, en el caso Ecuador. Unasur tiene que ver con el sueño de los libertadores, en las circunstancias y las posibilidades actuales, que no son las épicas del siglo XIX ni las de los ’60 y ’70. Cambiaron las condiciones objetivas, claro. Y sabemos, a partir del Che, que las condiciones subjetivas pueden llegar a ser mortales.
–¿Hoy están dadas las condiciones, si bien no para una revolución, para un cambio de paradigmas?
–Claro. América latina en su conjunto sorteó la crisis de 2008, crisis que en Europa empezó a repercutir, haciendo todo lo contrario a lo que decía el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y las recetas históricas liberales. Éste es un cambio de paradigmas muy importante: priorizar la gente, negar monitoreos, decidir políticas.
–Las mismas condiciones como para que actúe de manera exacerbada la corporación opositora...
–Una corporación que actúa con un tipo de chantaje que no se veía desde la época de Illia, el último presidente al que no se le aprueba el Presupuesto en 1966. Presidente del que se llenan la boca hablando de él los políticos del Grupo A. Están haciendo lo mismo que le hicieron y no tiene justificación alguna.
–¿Hay posibilidad de discusión cuando no se discuten ideas dispares para un mismo proyecto, sino proyectos irreconciliables?
–No, así no hay discusión. Pero tampoco sé dónde discute la oposición ni qué discute. No hay propuestas de país serio. Está claro lo que no quieren: que este proyecto avance, que se siga con el modelo productivo e inclusivo. No quieren que la gente tenga lo que tiene que tener y que le corresponde: salir de la pobreza, tener agua potable, poder consumir, poder trabajar, poder educarse, poder curarse. Pero no se sabe qué quieren. Van a los programas donde son columnistas fijos y hablan de las críticas al Gobierno, pero no dicen nada de lo que harían en el hipotético caso de ser gobierno. Por eso caen en las encuestas como una catarata: la gente no come vidrio. No van a votar a quien proclama el apocalipsis cada tres segundos como Lilita, ni a aquel cuyo mayor mérito es no hablar como Reutemann, ni a a aquel que dijo tener un plan pero después de un año de gestión aún no lo dio a conocer.
–Sin embargo, la misma falta de ideas estaba para las elecciones del año pasado...
–Pero venía al calor del conflicto del campo. Las fisuras siempre dan lugar a pérdidas. Y si hay pérdidas hay debilidad, concepto al que este pueblo le tiene fobia. Lo sintió débil al Gobierno en ese momento y votó en contra. Además, porque no comprendió qué estaba haciendo el Gobierno con relación a las retenciones. Y no lo comprendió por un error comunicacional del Gobierno. Ese error, al transmitir ideas, permitió que se aglutinaran sectores que eran el agua y el aceite, como la Sociedad Rural y la Federación Agraria. Pero, luego, el poder se hizo cargo de eso y tomó la iniciativa en muchas cosas que estaban dando vueltas: subsidios, Asignación Universal por Hijo. Y la gente respondió mayoritariamente a esas política activas. El Gobierno titubeó en la etapa preelectoral, con cosas absurdas como la línea de blanco o el subsidio en la compra de automóviles. Eso apuntó a un sector del electorado absolutamente indefinido que no se convence por esas cosas. La realidad, donde debía insuflarse consumo era en esos sectores donde tenía que trabajar, insufló crédito en esos sectores que estaban afuera del consumo y esos sectores recuperaron su lugar histórico. Así puso en marcha el mecanismo de producción. Y apuntó a la compra de viviendas, el gran problema de las clases bajas.
–El sector mayoritario...
–Es que los gobiernos, por lo general, cometen siempre el mismo error de descreer de la potencia y la magnitud de las clases bajas. El dinero del Estado debe apuntar a aquellos sectores que, primero, están fuera del consumo. Y, por fortuna, se está haciendo. Hubo una pérdida de tiempo, políticas erráticas, pero fueron tomando una dirección correcta de modelo productivo. Por ejemplo, con la inclusión en el consumo, que es, hoy, la verdadera ciudadanía, más allá del documento de identidad. El tipo que está fuera del consumo no es un ciudadano. El que no puede mandar a su hijo a la escuela, que no puede vacunarlo, que no tiene agua, que no puede llevarlo al médico no es un ciudadano, no está integrado a la sociedad. La palabra “consumo” debe tener un valor noble, no el de consumismo.
–Los historiadores miran con desagrado a la futurología. Pero, en el peor de los escenarios de aquí a un año, ¿se puede pensar en una vuelta atrás de todo lo hecho?
–Creo que no. Pero de ocurrir sería muy grave. Si el Gobierno queda en manos de irresponsables (y a juzgar por lo que se ve de la oposición no hay muchas manos que puedan responsabilizarse en serio de una gestión), de quienes sólo quieren desandar lo andado, la gravedad del caso sería mayúscula. De todas maneras, el Gobierno tiene un año por delante donde debe redoblar la apuesta de lo realizado hasta ahora. Las elecciones se ganan con hechos concretos y muchas de las cosas que se hicieron son las causas del crecimiento en la popularidad de este gobierno.
Por Miguel Russo
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Excelente nota!!!
ResponderEliminarSaludos!
Muy bueno la descripcion de los libertadores, con sus caracteristicas, y puntos en comun.
ResponderEliminarpor otro lado, piña reconoce los errores extrategicos del gobierno actual , los problemas comunicacionales y hace una lectura muy interesante sobre el impacto de estos y sus politicas en la sociedad argentina. El impacto de la crisis con el campo, la debilidad, con hasta un vicepresidente de espaldas.
La lectura de la oposicion, a mi criterio, es muy acertada, aunque siempre hablando del grupo A, existen otros sectores q no merecerian ser pasados por alto.