sábado, 30 de enero de 2010

reorganización social atraves del terror


Entrevista con Daniel Feierstein, director del Centro de Estudios sobre Genocidio de UNTREF e Investigador del CONICET, en Argentina, sobre el terrorismo de Estado en la Argentina 1976-83 y otros crímenes masivos.
Usted habla del “genocidio como práctica social” para describir asesinatos en masa en el siglo XX. ¿Por qué “social”?

D. Feierstein: El objetivo es sacar el análisis de la adjudicación de la explicación a personalidades individuales y observar las características que vuelven al proceso viable. Si bien las responsabilidades deben tratarse a modo individual, el modo de comprensión del proceso se enriquece notablemente cuando se observan las características de los procesos de aniquilamiento masivo de poblaciones en tanto “tecnologías de poder”, entendiendo que las muertes suelen no ser el objetivo final, sino un medio para, a través del terror, producir modificaciones en el conjunto social.

Su principal tema de investigación hasta ahora ha sido un análisis comparativo entre el genocidio nazi en Europa 1933-46 y el terrorismo de Estado en la Argentina 1976-83. ¿Qué similitudes y qué diferencias ha constatado usted entre uno y otro?

La similitud fundamental –que constituye el eje de mi trabajo– se basa precisamente en la utilización del aniquilamiento y el terror como modo de reorganización social, lo cual fue el eje de la experiencia alemana entre 1933 y 1938 y que adquirió escala continental a partir del inicio de la guerra, en tanto fue una constante de la experiencia argentina, que también –vía la Doctrina de Seguridad Nacional– buscó una proyección continental. Otros puntos de similitud refieren a los modos de utilización del terror en los campos de concentración, el papel de las diversas responsabilidades y complicidades y la dificultad para su gestión durante el posgenocidio. Las diferencias fundamentales radican en la magnitud y escala de ambos fenómenos (casi incomparables en dicho plano), en el papel fundamental del racismo en la experiencia alemana (sobre todo a partir de 1938), el cual estuvo prácticamente ausente en el caso argentino, y en la existencia de una gestión industrial de la muerte colectiva (los campos de exterminio), que resulta uno de los elementos singulares del nazismo.

Usted dice que un proceso genocida continúa hasta el “exterminio simbólico en la mente de los sobrevivientes”. ¿Qué significa y qué consecuencias tiene?

Cuando hablo de “sobrevivientes” no me refiero sólo ni fundamentalmente a quien atravesó la experiencia en los campos de concentración, sino al conjunto de una sociedad que sufre el terror genocida. Plantear que el genocidio continúa en el plano de lo simbólico es tratar de comprender cómo las relaciones sociales negadas materialmente por el aniquilamiento son realizadas simbólicamente en la imposibilidad de recomponer esa identidad siquiera en los procesos de representación. La construcción de la “inocencia abstracta” de las víctimas funciona impidiendo recomponer el sentido de las prácticas que desarrollaban, las que en gran medida explican (nunca justifican ni legitiman, pero sí pueden explicar) los motivos esgrimidos para su aniquilamiento. Sin embargo, cuando los discursos hegemónicos sólo capturan la “inocencia” producen una segunda desaparición de las víctimas negándoles su identidad, ya que ahora no sólo no existen materialmente, sino que dejan de existir también en la memoria. La insistencia en figuras como Ana Frank o los chicos de la “noche de los lápices” (se conoce como la noche de los lápices al secuestro el 16 de septiembre de 1976 y días posteriores en la ciudad de La Plata de diez estudiantes de secundaria, en su mayoría menores de edad, luego declarados en su mayor parte “desaparecidos”, n. de la R.), funcionan de ese modo, impiden comprender la riqueza y complejidad de las víctimas de los procesos genocidas, y que dichas víctimas (en términos generales) fueron aniquiladas por lo que hacían, por las características peculiares de sus identidades y no por un capricho irracional de un dictador.

Para usted, el objetivo superior de quienes cometen genocidio es transformar las relaciones sociales en una sociedad. ¿Quién se planteó ese objetivo en la Argentina y qué nuevo tipo de relación social quería establecer?

El objetivo era deseado por distintos sectores de la sociedad, en especial aquellos que se sintieron amenazados por las conquistas económicas, sociales y políticas que se habían logrado durante el gobierno peronista. Lo que se pretendía –y en gran medida se logró– era quebrar la identidad de los sectores trabajadores y su alianza con los sectores medios para facilitar la transformación económica del Estado. Para ello, se requería doblegarlos y disciplinarlos a través del terror y, a su vez, utilizar el escepticismo resultante como aliciente del individualismo y el egoísmo, tendencias hegemónicas que explican en gran parte el aval a las modificaciones socioeconómicas implementadas en el posgenocidio, en especial en la década de los años 90.

¿Cómo son procesados en la sociedad argentina los temas de la memoria, la responsabilidad y la identidad en relación con el terrorismo de Estado? ¿Quién se siente responsable?


El procesamiento ha recorrido momentos muy diversos. El gran logro –pero a la vez el gran desafío– es que la centralidad de la responsabilidad en el actor militar fortaleció la democracia y deslegitimó cualquier nueva incursión militar en la política pero, a la vez, permitió exculpar a numerosos sectores sociales –políticos, empresarios, médicos, psicólogos, sacerdotes– que fueron figuras fundamentales en la posibilidad de implementación del terror, participando desde su gestión, su justificación, legitimación o complicidad. Es uno de los grandes desafíos de la sociedad y la democracia argentinas poder quebrar la cosificación militar de las responsabilidades e iniciar una apertura hacia otros modos de comprensión de las diversas responsabilidades, de orden criminal, político y moral.

¿Se constatan diferencias con respecto al procesamiento del pasado entre los argentinos que se exiliaron durante la dictadura y aquellos que permanecieron en el país?


No existen grandes diferencias en los modos de percepción de los hechos, aunque a los exiliados históricamente les resultó difícil comprender y aceptar el sufrimiento de aquellos que no pudieron o no quisieron salir del país. El exilio interno –dentro del país o incluso dentro de uno mismo– ha sido un sufrimiento que casi no fue analizado en la Argentina y que requiere mucho mayor trabajo para poder observar y elaborar sus consecuencias. La clarificación de las diversas responsabilidades –en especial las no criminales– podría constituir una de las modalidades para gestionar ciertos modos de reparación, excluyendo de la estructura estatal a quienes colaboraron en modos diversos intelectualmente con la dictadura y permitiendo que quienes fueron expulsados o simplemente decidieron abandonar esos espacios –desde un juzgado hasta una cátedra– tengan la oportunidad de ser reparados y reconocidos por su integridad moral, que muchas veces tuvo costos en su desarrollo económico y profesional, costos que siguen persistiendo en el presente.

¿Qué papel pueden desempeñar los nuevos medios de comunicación digitales en la propagación de la información sobre genocidios y su contención?


Un papel central. Si algo se ha conseguido en la esfera internacional es que la publicidad transnacional de aniquilamientos masivos de población y los llamados al boicot de dichos regímenes sí pueden funcionar como disuasorios de la continuidad de la matanza. El problema es que determinados hechos –aquellos en los que grandes grupos de poder se encuentran interesados, como puede ser el caso de las matanzas en Darfur, Sudán– logran rápidamente una difusión mediática internacional en tanto que otros casos menos interesantes –como Sri Lanka– no logran la misma difusión. La inmensa capacidad de difusión de los medios electrónicos y su llegada a todo el planeta pueden permitir democratizar esta información y hacerla circular buscando construir redes de solidaridad que busquen contener o detener las matanzas. El caso de Sri Lanka lo ilustra con claridad: ausente de los grandes medios gráficos masivos, su presencia y su denuncia sólo pudo subsistir en estos meses gracias a los medios electrónicos, por los cuales circuló muchísima información que ha vuelto necesaria y hasta viable la intervención de organismos humanitarios y el involucramiento de diversos Estados. Por otro lado, los medios de comunicación tienen un rol fundamental en la construcción de las representaciones acerca de los hechos genocidas: qué historias se cuentan sobre los hechos, cómo se caracteriza a víctimas y victimarios, cómo se piensa el futuro, son cuestiones que debieran ser fundamentales para todo periodista.

2 comentarios:

  1. excelente entrevista y analisis de la ruptura del entramado social en los paises latinoamericanos y del resto del mundo que han sufrido y siguen padeciendo las prácticas totalitarias genocidas. todo periodista como decis beto para manentener la memoria, mas alla de la accion contemporanea. para no permitir que el tema se opaque por falsos espejos de medios amigos de los asesinos. esta en nosotros, tal como por ej. en españa... el mantener la memoria no como un recuerdo estanco sino como una actividad permanente sencillamente por respeto a las victimos que... NADA HABRAN HECHO. un abrazo. paula

    ResponderEliminar
  2. Es muy buena la comparación con el genocidio nazi, es muy claro que es una practica social, pensada, con fines definidos. En cuanto a la diferencia que hace el entrevistado en la cuestion del racismo, me parece, que en Argentina sí hubo racismo, no contra los judios como en alemania, pero el plan era dirigido hacia un grupo bien definido,podría ser racismo con otras características.

    ResponderEliminar