jueves, 11 de marzo de 2010

Mario Vargas Llosa, el escritor malinche que el imperialismo norteamericano necesitaba


Todo lo que huela a progresismo el escritor peruano lo transforma en odio visceral y en ataques virulentos que dejan de estar a la altura de su otra condición: la de escritor afamado y respetado
El problema es que no todos tienen capacidad y racionalidad suficientes para aceptar lo anterior.Vargas Llosa es una de aquellas personas que aun hoy, a muchos años de la paliza electoral recibida en Perú, sigue demostrando cuán imposible le ha resultado digerir un hecho como el relatado, y actúa resentidamente en consecuencia.
Todo lo que huela a progresismo e izquierdismo lo transforma en odio visceral y en ataques virulentos que dejan de estar a la altura de su otra condición: la de escritor afamado y respetado.
Reza la leyenda que toda persona reconvertida a una nueva fe, resulta ser definitivamente más dura e intransigente en la defensa de su nuevo estado que los propios mentoresque le llevaron a él. El novelista Vargas Llosa, miembro dilecto del antiguo ‘boom latinoamericano’, fue en su momento uno de los principales defensores de la revolución cubana y de la administración castrista. De pronto, unas disensiones sostenidas con otros escritores del ‘boom’ le separaron de la pléyade izquierdista para terminar alejándose no sólo de colegas como García Márquez, Benedetti, Neruda, Galeano y similares, sino también de Cuba, de Fidel y de todo bosquejo de progresismo político.
De ahí en más, sorprendentemente, el escritor peruano apareció apoyando las tesis capitalistas de la derecha latinoamericana, enemiga a muerte de Cuba y esclava de sus propias debilidades de clase ante el imperialismo paterno estadounidense. Desde el punto de vista político nada hay de criminal en ello, pues todo ser humano tiene el sagrado derecho a poseer una opinión, una ideología y una esperanza…aunque ellas no se condigan con la justicia social ni con la solidaridad que emana de la democracia.
El caso Vargas Llosa va mucho más allá. Él odia con intensidad no sólo a las ideologías progresistas e izquierdistas, sino también –y muy particularmente- a los líderes de esas ideologías. A ellos el novelista peruano les califica como “la hez latinoamericana”, refiriéndose a Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega, según se lee en su última columna escrita para el diario chileno “La Tercera”, la cual publicó las ideas del susodicho en las páginas 86-87 de su edición del domingo 07 de marzo recién pasado.
¿Será Lula el próximo resumidero de las iras 'vargasllosianas' porque el mandatario brasileño se reunió con los hermanos Castro en La Habana? La pregunta es válida, a juzgar por lo que escribió nuestro iracundo personaje en el diario chileno ya mencionado: “Cuando se trata del exterior, el Presidente Lula se desviste de los atuendos democráticos y se abraza con Chávez, con Evo Morales, con el Comandante Ortega, es decir, con la hez de América Latina, y no tiene el menor escrúpulo en abrir las puertas de Brasil a la satrapía teocrática integrista de Irán”.
Posee tal intensidad el odio enfermizo demostrado por el escritor peruano a las tiendas y gobiernos de izquierda que, en una de esas, pierda aun más los estribos y exacerbe su ira cruzando la frontera de su propio fundamentalismo para acusar al presidente Obama de ‘socialista’, pues la prensa limeña ya se ha enterado que en reuniones con amigos, Vargas Llosa ha reconocido que extraña (‘el mundo lo extraña’, dicen que dijo) al ex cow-boy ignorantón George W. Bush.
En el ínterin, ausente de la Casa Blanca el invasor del legendario Bagdad de las “mil y una noches”, nuestro novelista –buscando compensar esa ‘pérdida’ tan sensible para los fascistas- se ha dado el lujo de recorrer el continente americano (con los consejos de otros ‘tragasables’ como los españoles Aznar y Rajoy) para aportar lo suyo a la nueva planificación emanada desde el Pentágono.
Es así que, luego de tomar café y lenguajear con Felipe Calderón en México (un verdadero empleado menor del Salón Oval), viaja a Bogotá para entrevistarse con Álvaro Uribe (el principal bastión de U.S.A. en estos lares sureños), y luego, ya enterado de algunas diabluras programadas por el presidente colombiano, va a susurrarlas en Lima al oído de su antiguo adversario, el gordo Alan García, reconvertido a la fe neoliberal, igual que el propio chasqui Vargas, el que ahora dispone de un nuevo destino: Santiago de Chile, pues no resulta un despropósito aventurar que Sebastián Piñera ya debe tener dispuestas sus orejas para endulzarlas con la miel que el peruano le traerá de vez en cuando en calidad de nutriente cahuinero para desbancar a los gobiernos no adictos al tío Sam. Todo ello con el beneplácito y apoyo de los mandamases estadounidenses, obviamente.
Es una lástima constatar que el autor de esa magnífica novela titulada “La fiesta del chivo” se haya convertido en uno de los principales referentes del clasismo, racismo, y depredación que el imperialismo capitalista realiza en Latinoamérica, incluyendoa la propia patria de Varguitas, esa patria que él retrató con brillantez en obras como “Conversación en la catedral”, “La ciudad y los perros”, “Pantaleón y las visitadoras”, etc., a la cual, hoy, parece denostarla si ella no se entrega de brazos y piernas abiertas a la explotación del capitalismo salvaje al estilo chileno.
Magnífico defensor de sus intereses económicos tiene Sebastián Piñera en el Perú. ¿Será gratuito? Para Piñera tal vez no lo sea tanto y el monto a cancelar lo considere menos que un pelo de la cola de un camello, pero, ¿qué tendrá que pagar Chile como país en esta nueva asociación de derechistas especuladores y ‘malinches’?

Arturo Alejandro Muñoz


(*)De familia azteca noble, La Malinche fue esclavizada, se convirtió en intérprete y en la persona de confianza del conquistador español Hernán Cortés, a quien dio un hijo. Muchos historiadores la ven como la gran traidora de los aztecas.

En la historia de México, Malinche se convertirá en un símbolo del indio seducido y abandonado, dando lugar al término malinchismo, con el que se señala la entrega a lo que viene de fuera y la incapacidad para valorar lo propio.

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