martes, 23 de febrero de 2010

“Sueñan un país que no existe” libro de Juan José Becerra


El autor de “Patriotas” desmenuza el discurso de varios referentes antikirchneristas. “Son los que no invitaría a mi cumpleaños”,
"¿Por qué no puedo hablar de ellos, que están todo el día metidos en mi casa, diciéndome cosas, tratando de convencerme de esto o aquello e incluso agrediéndome, muchas veces?”, se preguntaba el novelista Juan José Becerra cuando en 2007, en una primera excursión a la patria mediática que él definió como su propia excursión a los indios ranqueles, publicó “Grasa. Retratos de la vulgaridad argentina”, una colección de ensayos en los que se metía con personajes como Alan Faena, Marcelo Tinelli o Mauricio Macri. La misma pregunta podría servir para justificar su nuevo libro, “Patriotas. Héroes y hechos penosos de la política argentina”, en el que Becerra desmenuza los discursos de algunos de los personajes públicos con más resonancia, como Marcos Aguinis, Joaquín Morales Solá, Francisco de Narváez o Alfredo de Angeli.

En el ensayo sobre Aguinis, por ejemplo, Becerra decodifica la matrix del estilo que usa el autor de “¡Pobre patria mía!” para criticar al gobierno. “La base del estilo consiste, por lo general, en enlazar un sustantivo vinculado a lo institucional con un adjetivo asociado a las infecciones”, sostiene Becerra. Y después cita algunos ejemplos en los que Aguinis habla de “las listas sábanas llenas de pus” y asegura que “los historiadores revisionistas, superficiales o ideologizados, inyectan ponzoña intravenosa” o que la confiscación de los ahorros en 2001 “ardió en la piel como un ataque de urticaria”. Está claro que Aguinis, que además de escritor best-seller, es neurocirujano, dedicó muchos años a estudiar medicina.

Más adelante, en el texto sobre el analista político Joaquín Morales Solá –en el que describe el “semblante papal que exuda” su imagen–, analiza la distancia entre el “temor” y la “reverencia” con la que el periodista habla de Washington y “el mundo” a la adjetivación con la que se refiere a Venezuela o Rusia. “El mundo es un sistema, un orden, una organización con aires de gerencia que, como la palabra Washington –fetichizada por brillos de un expresionismo positivo-, no requiere ninguna correspondencia de sentido: habla por sí misma. En cambio, aquello que el mundo no es, sí hay que adjetivarlo”, escribe. Y cita un artículo en el que Morales Solá se refería en tono crítico a la política de relaciones exteriores de los últimos años de la Argentina que había salido a buscar inversiones en la “imprevisible Venezuela”, en la “rígida y pretenciosa China”, en la “pobre Angola” y en la “autoritaria Rusia”.

La elección de estos personajes tiene que ver con que todos ellos, con mayores o menores limitaciones, en sus discuros plantean reflexiones sobre la Argentina o, más emotivamente, la patria.

- ¿Cómo cree que juega el tema de la patria o de cierto nacionalismo en todos ellos?

- La patria es para ellos todo lo que la Argentina no es. Mejor dicho, todo lo que no se ajusta a sus deseos. Es una idea ligada a una fantasía de progreso, al mismo tiempo retrospectiva y futurista: lo que fuimos, o lo que vamos a ser. De lo que somos no les interesa hablar. Creo que tienen una relación oscurantista o pueril con la política. El presente sólo les interesa para anularlo y sustituirlo completamente por una Argentina dorada que nunca se vio y que ellos imaginan afuera de América Latina.

- ¿Y por qué decidió centrar el análisis en lo discursivo y no tanto en los personajes?

- Porque me parece que en el lenguaje hay una verdad que casi siempre se fuga de la imagen. En el lenguaje hay una verdad más estable, más precisa y más profunda que la que puede haber en cualquier gesto de conquista visual. Pero la atención casi exclusiva del discurso tal vez obedezca a que pertenezco al mundo de los libros, un mundo en el que se lee o se escribe, operaciones que veo contrarias a la contemplación boba de la imagen.

- ¿Cómo trabajó con la indignación que pueden provocar algunos de esos discursos?

- La indignación es el origen de este libro, pero como justamente se trataba de un libro sentí que no tenía ningún derecho a que la indignación, es decir el romanticismo, fuese la fuerza que lo escribiera. Mi idea siempre fue partir de la indignación como si fuese una plataforma, y abandonarla de inmediato para dedicarme a pensar y a escribir. En cuanto a la lectura de Aguinis, por ejemplo, fue una experiencia muy desagradable que ojalá nunca más vuelva a experimentar, pero en la que me pareció ver un efecto insólito: Aguinis es tal vez el único escritor del mundo que utilizando los recursos de la autoparodia intenta producir un efecto de seriedad. Algo imposible, porque de ese desarreglo sólo puede surgir el chiste que lo destruye.

- Mucha gente tiene su relación personal de amor/odio con el kirchnerismo. ¿Cómo es la suya?

- El kirchnerismo no me despierta amor pero tampoco odio. Hay cosas que se han hecho desde 2003 que me han gustado mucho, y otras que no me gustaron nada. En el fondo es un gobierno, ¿no? No es un coro de ángeles. Pero lo cierto es que el discurso kirchnerista no me resultó atractivo para analizar, quizás porque está demasiado presente. Es una máquina transparente que se puede ver a simple vista. En cambio, la lírica de la cultura conservadora, con sus pretensiones de hacerse pasar por un pensamiento recién nacido, se ha vuelto muy opaca y comienza a girar masivamente hacia la mala fe.

- ¿Cuál de los ensayos disfrutó más escribiendo? ¿Y cuál de esos personajes le cae peor?

- En general, me gustó escribir el libro entero, pero sus personajes no me caen ni bien ni mal. No tengo nada personal contra ninguno de ellos. Sí, en cambio, contra muchas de las cosas que piensan.

- ¿Suele consumir televisión? ¿Hay series o programas de televisión que le gusten?

- Soy un telespectador que consume de todo, pero nada de manera completa. Digamos que soy un espía, incapaz de entregarse al sedentarismo o la fidelidad que se necesita para seguir la línea de una serie. La última que vi fue Twin Peaks, hace mil años.

- ¿Le parece que los escritores deberían meterse más con los personajes de la cultura popular, que deberían reflexionar sobre ellos igual que lo pueden hacer sobre una película de Lucrecia Martel o sobre un libro de Aira?

- Sin dudas. Yo discuto mucho este tema con amigos escritores y todos están de acuerdo. Personalmente, lo siento como una cura y un deber de mi yo más civil: tengo que hacerlo, aunque termine embadurnado de literatura trash. Un amigo me dijo que “Patriotas” es mi probation. Tiene razón. Leer a Aguinis o al rabino Sergio Bergman es más un castigo que un placer.

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