martes, 6 de abril de 2010

Masacre de Salsipuedes


Luego de derrotado Artigas, los indígenas fueron considerados como problemas insolubles a efectos de consolidar la estabilidad social y económica de la campaña oriental, en base a los intereses que predominaban en ese momento histórico. Los mismos que habían sido protagonistas decisivos en los ejércitos orientales de la revolución, fueron perseguidos y exterminados en ese sombrío día del mes de abril.

“Mirá Frutos, tus soldados matando amigos”, le gritó el cacique Vaimaca Perú a Fructuoso Rivera, mientras los hombres del primer presidente de la República de Uruguay masacraban a traición a los charrúas en Salsipuedes. Esta matanza ocurrida el 11 de abril de 1831, durante la primera presidencia de Rivera, dio inicio a un plan de exterminio de los indios charrúas. Para ejecutar el crimen los indios fueron llevados mediante engaños a reunirse con las tropas del presidente. Una vez allí, según el relato de Acevedo Díaz, basado en los apuntes inéditos de su abuelo Antonio Díaz, “el presidente Rivera llamaba en voz alta de amigo a Venado y reía con él marchando un poco lejos… En presencia de tales agasajos, la hueste avanzó hasta el lugar señalado y a un ademán del cacique todos los mocetones echaron pie a tierra. Apenas el general Rivera, cuya astucia se igualaba a su serenidad y flema, hubo observado el movimiento, dirigióse a Venado, diciéndole con calma: “Empréstame tu cuchillo para picar tabaco”. El cacique desnudó el que llevaba a la cintura y se lo dio en silencio. Al tomarlo, Rivera sacó una pistola e hizo fuego sobre Venado. Era la señal de la matanza”.
Posteriormente, el 15 de abril de 1831, el presidente Rivera firmó una orden de exterminio de los charrúas. En ella hace constar que los indios que huyeron son perseguidos por las fuerzas del Ejército, las cuales “prosiguen en su alcance hasta su exterminio”, y ordena la “persecución de este puñado de bandidos hasta su total exterminio”.

Durante la Guerra Grande, bajo el gobierno del Cerrito presidido por Manuel Oribe, que enfrentaba a las flotas imperiales francesa e inglesa, se publicó en el periódico “El Defensor de la Independencia Americana” una “Refutación de la Nueva Troya”, contra el libelo que hacía la apología de la intervención imperial en el Río de la Plata. En la “Refutación”, firmada con el seudónimo “Demófilo”, se exponía una de las primeras y más desgarradoras denuncias de la matanza de los charrúas, dando comienzo temprano a una dimensión diferente y poco reconocida del revisionismo histórico rioplatense.


Allí se decía lo siguiente: “¿Queréis comprender, lectores, toda la ferocidad de Rivera? Mirad: ved cómo la columna que hasta entonces se había prolongado a lo largo de la costa, da frente al arroyo y a una señal acordada forma una especie de semicírculo dentro del cual quedan los charrúas; y cómo los escuadrones, al toque de carga, con lanza enristrada, se abalanzan súbitamente sobre aquellos infelices indios. A un penetrante alarido de tenor producido por la sorpresa, se pone toda la indiada de pie. Ved correr a los valientes charrúas de una parte a otra, buscando inútilmente una defensa; y en medio de aquel conflicto, de aquella grande desesperación, escuchad los lastimeros y penetrantes gritos de los ancianos y las mujeres, que se confunden con el llanto de los niños. ¡Mirad aquella muchedumbre de infelices indias, cómo se apoderan instantáneamente de sus tiernos hijos; cómo los estrechan a su corazón y cubriéndolos con su cuerpo, corren con ellos atribuladas de un lado al otro, hasta que se agrupan detrás de sus valientes y queridos compañeros, que, desvalidos, a pie, indefensos, sin más recursos que su valor, oponen entre sus asesinos y sus amadas familias, una muralla de sus pechos, que presentan desnudos a las lanzas homicidas!. El exterminio está decretado”.

La “Refutación” también menciona la participación de soldados unitarios argentinos en la masacre de los charrúas: “Veíase a Rivera contemplar con la más profunda calma aquel espantoso cuadro, en tanto que un otro genio cruel y traidor le felicitaba por aquella empresa. ¿Quién podía ser aquel hombre que felicitaba a Rivera a la vista de un espectáculo tan sangriento, tan doloroso? … Ese hombre era Juan Lavalle. El torpe y feroz asesino de Dorrego”.

Al genocidio y al etnocidio le sucedieron diversos intentos de borrar la memoria de los charrúas de la sociedad, en sucesivos “Salsipuedes simbólicos”. Se ha negado sistemáticamente la riqueza cultural de dicho pueblo, tanto como su importancia numérica entre los indígenas de esas tierras y se ha llegado al extremo inaudito de catalogar a los charrúas de “mito”.

2 comentarios:

  1. gRACIASS BETO.............. EXCELENTE NOTA........BESOS

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  2. YO DEDICO EN MI CASA UN ESPACIO A MI MIS ANCESTROS CHARRUAS Y AGRADESCO TANTA GENTE QUE SIGUE DANDO VIDA A NUESTRO LEGADO E HISTORIA, DE ELLOS TENEMOS QUE APRENDER MUCHO TODAVIA.

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