domingo, 14 de marzo de 2010

"Avísele al Coronel" Secretos de la vida política y de la historia de Eduardo Duhalde.


Esa mañana, su boca lucía más ladeada que nunca. Era diciembre de 1975, y el joven intendente de Lomas de Zamora, Eduardo Duhalde, acababa de ingresar al despacho del gobernador bonaerense Victorio Calabró con una frase en los labios:
–El ERP planea copar el Batallón de Arsenales de Monte Chingolo.
Había pronunciado esas 11 palabras con una ansiedad casi canina.
Su interlocutor, entonces, quiso saber la fuente de tal información. Y el Cabezón –como ya entonces le llamaban–, simplemente, dijo:
–Me llegó por un muchacho que anda en la joda.
De ese modo se atribuyó el mérito del dato. Pero no fue exactamente así. En realidad el asunto había llegado a sus oídos a través de Rodolfo Illescas, un gremialista del peronismo ultraortodoxo que por entonces encabezaba la filial Lomas de las 62 organizaciones. Éste, a su vez, se enteró del plan guerrillero debido a la infidencia de un viejo amigo suyo: Jesús Ranier, alias El Oso, un agente del Batallón 601 infiltrado en la organización liderada por Mario Santucho. Desde la estructura logística del ERP, dicho soplón simulaba un activo papel en los preparativos del ataque. Lo cierto es que Illescas, tras cavilar acerca de la trascendencia de lo que acababa de escuchar, corrió con premura a la casa del intendente para comunicarle la novedad. Ambos, entonces, acordaron que Duhalde transmitiera la cuestión a Calabró, quien por entonces operaba junto a los militares en su inexorable desfile hacia el 24 de marzo de 1976. La idea era que éste le fuera con el cuento al coronel Carlos Martínez, quien por entonces dirigía la poderosísima Jefatura II de Inteligencia del Ejército.
–No te olvides de aclararle a don Victorio que fui yo el que te pasó la información– le dijo Illescas a Duhalde, antes de que éste partiera a la gobernación–.
Ahora, mientras sopesaba el asombro del mandatario bonaerense, el Cabezón insistió:
–Esto me llegó por un muchacho que está en la joda.
Y tras una pausa, agregaría:
–No le quepa duda, don Victorio, de que esto va en serio.
Esa frase bastó para que Calabró estirara la mano hacia un teléfono para comunicarse con el coronel Martínez. Minutos después, ascendió a un vehículo oficial para dirigirse al Edificio Libertador.
En ese instante, Duhalde se despidió de él con las siguientes palabras:
–No se olvide de aclarar que fui yo el que le pasó la información.
Por Ricardo Ragendorfer

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